domingo, 21 de junio de 2015

SE PRODUCE UN TERREMOTO DE 6,5º MIENTRAS ANÍBAL MASACRA A LOS ROMANOS



En el transcurso de la II Guerra Púnica en la península Itálica, Aníbal el General Cartaginés, va arrasando todo lo que encuentra a su paso mientras derrota una y otra vez a los romanos, que a pesar de los enfrentamientos infructuosos ante el ejercito africano se va consolidando como potencia en todo el Mediterráneo.

Aníbal que había perdido un ojo y la mayoría de sus elefantes, su carro de combate indestructible en las batallas, pero que había mostrado su fragilidad ante las inclemencias de un clima que no estaba preparado en su periplo alpino; se enfrentó al Consul Cayo Flaminio Nepote, experimentado soldado pero muy impetuoso, dentro se objetivo principal, la destrucción de Roma.


Este enfrentamiento se produce  el 21 de junio del 217 a. E.C.  a la orilla del Lago de Trasimeno, del cual toma su nombre.

Aníbal no se encontraba en su mejor momento, pues dentro de su ejercito un levantamiento contra él era inminente, llegando a disfrazarse para no ser reconocido por sus aliados, Galos e Iberos; muchos pertrechos se habían quedado en los Alpes, junto a muchos de sus soldados. Pero como buen estratega supo utilizar la desesperación romana y su propio terreno para masacrar de nuevo a sus enemigos.

Según Tito Livio, historiador romano, en su obra Ab Urbe Condita, libro 22, ocurrió lo siguiente:

[22,4] Con el fin de exasperar aún más a su enemigo y hacerlo ansiar el de vengar las heridas infligidas a los aliados de Roma, Aníbal arrasó con todos los horrores de la guerra el territorio entre Cortona y el lago Trasimeno. Había llegado a una posición muy bien adaptada para una táctica de sorpresa, donde el lago llega cerca de las colinas de Cortona. Sólo había aquí una estrecha vía entre las colinas y el lago, como si se hubiese dejado aquel espacio a propósito para la emboscada. Más adelante hay una pequeña extensión de terreno llano rodeado de colinas, y fue aquí donde Aníbal puso su campamento, ocupado solo por sus africanos e hispanos con él mismo al mando. Los baleares y el resto de la infantería ligera fue llevada detrás de las colinas; dispuso a la caballería en la boca misma de un desfiladero, apantallada por algunas colinas bajas, para que cuando los romanos hubieran entrado en él quedaran totalmente rodeados entre la caballería, el lago y las colinas. Flaminio llegó al lago al atardecer. A la mañana siguiente, todavía con poca luz, pasó por el desfiladero sin enviar exploradores a comprobar el camino y, cuando la columna empezó a desplegarse conforme se ensanchaba el terreno llano, el único enemigo que vieron fue el que tenían al frente, el resto estaba oculto a su retaguardia y sobre sus cabezas. Cuando el cartaginés vio alcanzado su objetivo y tuvo a su enemigo encerrado entre el lago y las colinas, con sus fuerzas rodeándolo, dio la orden de ataque general y cargaron directamente hacia abajo, sobre el punto que tenían más cercano. Todo resultó aún más repentino e inesperado para los romanos al haberse levantado una niebla desde el lago, más densa en el llano que en las alturas; los grupos enemigos se podían ver bastante bien entre ellos y así les resultó más sencillo cargar todos al mismo tiempo. El grito de guerra se elevó alrededor de los romanos antes de que pudieran ver claramente de dónde venía o de darse cuenta de que estaban rodeados. Comenzaron los combates al frente y en los flancos antes de que pudieran formar en línea, disponer sus armas o desenvainar sus gladios. 


[22.5] En medio del pánico general, el cónsul mostró toda la tranquilidad que se podía esperar, dadas las circunstancias. Las filas eran rotas al volverse cada hombre hacia las voces discordantes; los recompuso tan bien como permitía el tiempo y el lugar, y dondequiera que se le veía u oía, animaba a sus hombres y les ordenaba aguantar y combatir. "No os abriréis paso con oraciones y súplicas a los dioses", les decía, "sino con vuestra fuerza y vuestro valor. Será la espada la que abra el camino por en medio del enemigo, y donde haya menos miedo habrá menos peligro". Pero era tal el alboroto y la confusión que ni los consejos ni las órdenes se escuchaban; y tan lejos estaban los soldados de conocer su puesto en las filas, su unidad o su estandarte, que apenas tuvieron presencia de ánimo bastante para agarrar sus armas y disponerse a usarlas, encontrándose algunos, al ser alcanzados por el enemigo, que eran más una carga que una protección. Con tan espesa niebla, los oídos eran de más utilidad que los ojos; los hombres volvían la mirada en todas direcciones al escuchar los gemidos de los heridos o los golpes en los escudos y las corazas, los gritos de triunfo se mezclaban con los gritos de terror. Algunos que intentaron huir se toparon con un denso cuerpo de combatientes y no pudieron ir más allá; otros que regresaban a la refriega fueron arrastrados por una avalancha de fugitivos. Por fin, cuando se hubo cargado inútilmente en todas direcciones y se vieron completamente rodeados por el lago y las colina de ambos lados y con el enemigo al frente y retaguardia, quedó claro para todos que su única esperanza de salvación estaba en su propia mano y en su propia espada. Luego, cada cual empezó a depender de sí mismo para guiarse y alentarse y comenzó una nueva batalla, no ordenada en sus tres líneas de príncipes, asteros y triarios, donde se combate delante de los estandartes y con el resto del ejército detrás y donde cada soldado permanece con su propia legión, cohorte y manípulo. Las circunstancias les agrupaban, cada hombre formando al frente o a la retaguardia según le inclinase su valor; y tal fue el ardor de los combatientes, su voluntad de luchar, que ni un solo hombre en el campo de batalla se preocupó del terremoto que destruyó gran parte de muchas ciudades de Italia, alteró el curso de rápidas corrientes, llevó el mar dentro de los ríos y provocó enormes corrimientos de tierras entre las montañas. 


[22,6] Durante casi tres horas, siguió el combate; en todas partes se sostenía una lucha desesperada, pero se enconó con la mayor fiereza en torno al cónsul. Le seguía lo más selecto de su ejército, y dondequiera que les veía en apuros, o con dificultades, corría enseguida a ayudarles. Destacando por su armadura, era objeto de los más fieros ataques del enemigo, que sus camaradas hacían todo lo posible por repeler, hasta que un jinete ínsubro, que conocía al cónsul de vista -su nombre era Ducario- gritó a sus compatriotas: "¡Aquí está el hombre que mató a nuestras legiones y devastó nuestra ciudad y nuestras tierras! ¡Lo ofrezco en sacrificio a las sombras de mis compatriotas vilmente asesinados!". Picando espuelas a su caballo, cargó contra la densa masa enemiga y mató a un escudero que se interpuso en su camino cuando cargaba lanza en ristre, y luego hundió su lanza en el cónsul; pero los triarios protegieron el cuerpo con sus escudos y le impidieron despojarlo. Comenzó entonces una huida general, ni el lago ni la montaña detenían a los aterrorizados fugitivos, se precipitaban como ciegos sobre riscos y desfiladeros, hombres y armas cayendo unos sobre otros en desorden. Muchos, al no encontrar vía de escape, entraron en el agua hasta los hombros; algunos, en su miedo salvaje, incluso trataron de escapar nadando, lo que era una tarea sin fin ni esperanza en aquel lago. Unos se desanimaban y se ahogaban, otros veían inútiles sus esfuerzos y ganaban con gran dificultad las aguas poco profundas del borde del lago, para ser destrozados en todas partes por la caballería enemiga que había entrado en el agua. Alrededor de seis mil hombres que habían formado la vanguardia de la línea de marcha se abrieron paso por entre el enemigo y dejaron el desfiladero, completamente inconscientes de todo lo que había estado sucediendo detrás de ellos. Se detuvieron en cierto terreno elevado y escucharon los gritos y chocar de las armas por debajo, pero no fueron capaces, debido a la niebla, de ver o descubrir cuál fue la suerte del combate. Por último, cuando la batalla había terminado y el calor del sol hubo disipado la niebla, la montaña y llanura revelaron a plena luz la desastrosa derrota del ejército romano y mostraron muy a las claras que todo estaba perdido. Temiendo ser vistos en la distancia y que enviaran la caballería, a toda prisa tomaron sus estandartes y desaparecieron con la mayor rapidez posible. Maharbal los persiguió durante toda la noche con todas sus fuerzas montadas, y al día siguiente, como el hambre, además de sus demás miserias, les amenazaba, se rindieron a Maharbal a condición de que se les permitiera escapar con una prenda de vestir cada uno. Aníbal mantuvo esta promesa con su fidelidad púnica y los encadenó a todos. 
                                

Como hemos leído, fue una masacre en toda regla, pero lo que llama la atención es que durante esta batalla dice Tito Livio que se produjo un terremoto:

"que ni un solo hombre en el campo de batalla se preocupó del terremoto que destruyó gran parte de muchas ciudades de Italia, alteró el curso de rápidas corrientes, llevó el mar dentro de los ríos y provocó enormes corrimientos de tierras entre las montañas"

Este terremoto está catalogado como de 6,5º en la escala Richter, a unos 70 km del lago, lo que tuvo que sentirse en toda regla. No puedo llegar a imaginarme la situación, con razón explica el historiador romano que se dieron a la desbandada, preocupándose únicamente por su vida.  

Y el terremoto tuvo que ser grande ya que dice que alteró el curso de ríos, y movió montañas, pero en cambió ninguno se dio cuenta de los sucedido.


Las consecuencias materiales y morales de esta derrota según  Tito Livio fueron:

[22,7] Esta fue la famosa batalla del Trasimeno, y un desastre para Roma memorable como pocos han sido. Quince mil romanos murieron en acción; mil fugitivos se dispersaron por toda la Etruria y llegaron a la Ciudad por diversos caminos; dos mil quinientos enemigos murieron en combate y muchos, de ambos bandos, fallecieron después de sus heridas. Otros autores señalan para ambos bandos pérdidas muchas veces mayores, pero me niego a caer en las exageraciones a las que tan aficionados son algunos escritores y, lo que es más, me apoyo en la autoridad de Fabio, que vivió durante la guerra. Aníbal despidió sin rescate a los prisioneros pertenecientes a los aliados y encadenó a los romanos. Dio órdenes, a continuación, para que separasen los cuerpos de sus propios hombres de los montones de muertos y se les enterrase; se buscó también cuidadosamente el cuerpo de Flaminio para que recibiera honorable sepultura, pero no se encontró. Tan pronto como la noticia del desastre llegó a Roma la gente acudió al Foro en un estado de gran pánico y confusión. Las matronas vagaban por las calles, preguntando a quienes se encontraban qué nuevo desastre se había anunciado o qué noticias había del ejército. La multitud en el Foro, tan numerosa como una Asamblea llena de gente, acudió en masa hacia el Comicio y la Curia y llamó a los magistrados. Por fin, un poco antes del atardecer, Marco Pomponio, el pretor, anunció: "Hemos sido derrotados en una gran batalla". Aunque nada más concreto sacaron de él, el pueblo, con un mar de rumores que oían unos de otros, llevaron de vuelta a sus hogares la noticia de que el cónsul había resultado muerto con la mayor parte de su ejército; sólo unos pocos sobrevivieron y estos se habían dispersado en su huida por Etruria o habían sido hechos prisioneros por el enemigo. 


Las desgracias caídas sobre el ejército derrotado no fueron tan numerosas como los miedos de aquellos cuyos familiares habían servido bajo Cayo Flaminio, ignorantes como estaban del destino de cada uno de sus amigos y sin saber qué esperar o qué temer. Al día siguiente, y varios días después, una gran multitud, compuesta más por mujeres que por hombres, se quedaba a las puertas esperando a alguno de sus conocidos o noticias de ellos, rodeando a los que se encontraban con inquietud y preguntas ansiosas y sin dejarlos marchar, especialmente a los que conocían, hasta que habían dado todos los detalles del primero al último. Luego, conforme se separaban de sus informantes, se podían ver las distintas expresiones de sus caras, según hubiese recibido cada cual buenas o malas noticias, y a los amigos felicitándoles o consolándoles al encaminarse hacia sus casas. Las mujeres mostraban especialmente su alegría y su dolor. Contaban que una que de repente se encontró a su hijo en las puertas, sano y salvo, expiró en sus brazos, y que otra, que recibió falsas noticias de la muerte de su hijo, se sentó en un sentido duelo en su casa y que tan pronto lo vio regresar murió en la mayor de las felicidades. Durante varios días los pretores mantuvieron al Senado en sesión de sol a sol, discutiéndose bajo el mando de qué general o con qué fuerzas podrían ofrecer una resistencia efectiva a la victoria cartaginesa.

Un relato absorbente, digno de un escritor como Tito Livio.

Aníbal en esta batalla no solo ganó prestigio y sofocó las tensiones dentro de su ejército, sino que equipó a su ejército con las armas de sus enemigos muertos. 
Una batalla ganada más en su carrera militar del General cartaginés en su camino hacia Roma.

Aquí os dejo una recreación de la batalla:

Bibliografia:
2gpu.wordpress.com
historia romana
Ab Urbe Condita, Tito Livio
Terremotos en la Roma Antigua

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