jueves, 5 de noviembre de 2015

EL VELATORIO DEL ANGELITO, UNA COSTUMBRE PERDIDA


A lo largo de la vida hay acontecimientos que nos alegran y otros que nos entristecen, unos son provocados por el hombre y otros que no podemos ni siquiera controlar, solo tenemos que asumirlos, y estos últimos son los más perjudiciales, porque nos cambia la vida de forma drástica llegando incluso a arruinarnosla completamente.
Velatorio de una joven

Uno de estos acontecimientos es la muerte, un hecho del que nadie escapa, tarde o temprano tendremos que bajar al Hades. Y aunque no estamos preparados para ello, todos lo tenemos asumido. Pero a lo que nunca se acostumbra uno es a la muerte de un pequeño, un infante, a la de un ser que todavía no ha comenzado a vivir.

Cuando sucede esta tragedia, las costumbres difieren mucho de un país a otro, de una cultura a otra y sobre todo de una época a otra. 


Esto lo decimos porque en España, en la zona del Levante, desde Castellón a Murcia y algunas zonas de Cataluña y Andalucía, el rito funerario que se practicaba si era un niño, nos puede sorprender mucho. 

Se le conoce como el vetlatori del albaet, o velatorio del angelito.

Velatorio del angelito
Este ritual no tiene una fecha que
podamos asignar para su comienzo ni para
su desaparición, pues estuvo muy arraigado y aunque la iglesia lo prohibió por los excesos que llegaban a cometerse, hay constancia que en algunas aldeas del interior de Valencia, en los años sesenta se practicaba, como algo raro.

El velatorio consistía en que cuando moría un pequeño, se le amortajaba de blanco, indicando su inocencia y pureza, como no se había desarrollado, no había pecado en él; se le ponía un corona de flores y se le tumbaba sobre un ataúd blanco que estaba en una mesa cubierta por unas enaguas del mismo color.



Cortejo funerario después del velatorio de angelito
Se le colocaban flores blancas sobre su cuerpo, y en la cabecera, la pared, se tapaba con una sábana blanca donde se estampaba un cuadro o estampitas del Ángel de la guarda o de la Mare de Déu (La Virgen con el Niño); alrededor de este altar se colocaban cuatro cirios funerarios que daban luz a la habitación.

Lo extraño para nosotros ahora, es lo que acontecía durante el tiempo que velaban al pequeño, que normalmente era una noche, ya que el entierro se producía al día siguiente; y es que, entraban unos hombres con guitarras, bandurrias y castañuelas con los que daban sus respetos a la familia tocando un baile específico, que parejas de bailaores escenificaban delante del albaet hasta que era enterrado. 

Este baile también tenía letra:

Recuerdo de un velatorio

La danza del velatorio
mujeres venid a bailar
que es danza que siempre se baila
Cuando se ha muerto un angelito.


En esta casa se ha muerto
un angelito muy bien vestido
no lloren, chicos por él,
que ya ha acabado de sufrir. 




El baile era suave, con moviéntos lentos, pues debían mostrar respeto y a la vez alegría, ya que como indica la canción el pequeño no ha muerto, Dios se lo ha llevado al cielo donde va a ser Ángel Guardián, y eso debe ser motivo de alegría aunque no haya consuelo para los padres.

A medida que el velatorio sucedía, los vecinos traían comida y bebida que se consumía a modo de fiesta, siendo celebrada en la puerta de la casa. El entierro era también muy peculiar, pues el féretro era transportado por niños, siendo el más llamativo y disputado cuando eran niñas que no se habían desarrollado las portadoras, y que vestían de blanco, dándole una gratificación como una bolsa de caramelos. Todo esto acompañado de los cantes y bailes antes descritos.

Trayecto al entierro de un infante portado por niñas
El problema de esta costumbre llegó cuando el baile y la fiesta sobrepasaba esos límites, convirtiéndose en una diversión estrepitosa, es decir, más que un funeral, parecía una verbena. Como así lo atestigua el relato de 1872 del Barón Charles Davilhier:


Madre con su hijo amortajado como pide la tradición 
“En Jijona fuimos testigos de una ceremonia fúnebre que nos sorprendió grandemente. Pasábamos por una calle desierta, cuando oímos los rasgueos de una guitarra, acompañados del son agudo de la bandurria y del repique de las castañuelas. Vimos entreabierta la puerta de una casa de labradores y creímos que estaban festejando una boda, mas no era así. El obsequio iba dedicado a un pequeño difunto. En el centro de la estancia estaba tendido en una mesa, cubierta con un cubrecama, una niña de cinco o seis años, en traje de fiesta; la cabeza, adornada con una corona de flores, reposaba en un cojín. De momento creímos que dormía; pero al ver junto a ella un gran vaso de agua bendita y sendos cirios encendidos en los cuatro ángulos de la mesa, nos dimos cuenta de que la pobrecita estaba muerta. Una mujer joven —que nos dijo ser la madre— lloraba con grandes lágrimas, sentada al lado de la niña. El resto del cuadro contrastaba singularmente con aquella escena fúnebre; un hombre joven y una muchacha, vistiendo el traje de fiesta de los labradores valencianos, danzaban una jota, acompañándose con las castañuelas, mientras los músicos e invitados, formando alrededor de los danzantes, les excitaban cantando y palmoteando. No sabíamos cómo armonizar estas alegrías con el dolor: “Está con los ángeles”, nos dijo uno de la familia. En efecto, tan arraigada tienen aquellos naturales la creencia de que los seres que mueran en la infancia van derechamente al Paraíso, “angelitos al cielo”, que se alegran, en lugar de afligirse, al verlos gozar eternamente de la mansión divina"


Bailes típico regional
que se bailaba en el velatorio
Viendo tal despropósito, la iglesia intervino prohibiendo tales ritos e imponiendo la seriedad y oscuridad que recordamos los que hemos asistido a velatorios en las casas. 

Estos rituales fueron exportados a Latinoamérica donde se celebran en lugares rurales remotos y en algunas ciudades, siendo ya los menos. Estos velatorios aunque tienen la esencia del cante y exposición del difunto tienen variaciones, fijémonos en esta escena de la película "Largo Viaje":


Recuerdo del velatorio

En su libro La Barraca, Vicente Blasco recrea un velatorio de un albaet.

Es interesante como ha cambiado la forma de celebrar un funeral; ahora ya no se vela en la casa del difunto, se celebra en un tanatorio. Tampoco se pasa la noche entera, se cierra la sala a una hora prudente y se vuelve por la mañana. Aunque esta última forma todavía no está implantada en muchos lugares.

Bibliografía:
El rito funerario de los mortichuelos, José Ángel Maciá
El baile de los angelitos, Rafael Altamira
El vetlatori del Albaet, Pilar García Latorre
Alegre velatorio que la iglesia prohibió,Amado Martínez, Historia de la Iberia Vieja n* 205

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